Tras el agua caída durante el sábado, el terreno tenía pinta de estar ideal
para “hacer senderos”, así que con ese fin habíamos previsto dirigirnos hacia
la zona del embalse de San Juan para disfrutar de los senderos entre los pinos
que por aquella zona hay, por lo que minutos después de las nueve comenzamos a
rodar dirigiéndonos hacia el norte para tomar el antiguo camino de San Martín
de Valdeiglesias a Villa del Prado.
Al comenzar con las primeras cuestas Transcastro se dio cuenta de que se
había olvidado de coger “la botija”, con lo que le animamos a volverse a casa a
por ella mientras el resto subiríamos a un ritmo más tranquilo para que pudiera
alcanzarnos más adelante.
Realizamos toda la subida “dándole al palique” hasta llegar al alto en la
ladera del cerro de Santa Lucía, donde como corría bastante viento era
imposible estar parado porque “nos quedábamos tiesos”, con lo que descendimos
unos metros hasta llegar a un cortafuegos donde nos pusimos al sol “como los
lagartos” e intentando protegernos del viento para esperar allí a Transcastro.
Tras unos minutos de espera Transcastro se incorporó al grupo y retomamos
la marcha haciendo “sube-baja” por el cortafuegos hasta llegar a los pies del
cerro Otanejo, donde tomamos un senderito que transcurre junto al arroyo del
Bodegón y que nos llevó hasta la Cañada de Talavera.
Cruzamos la Cañada y de nuevo nos incorporamos al camino de San Martín de
Valdeiglesias, recorriendo el cortafuegos y pasando junto al “Canto del Pichón”
hasta enlazar con el camino de La Fuenfría, por el que llegamos hasta la
carretera M-541, que atravesamos para continuar dirección San Martín.
Como el cielo cada vez estaba más negro y con muy “mala pinta” y ya
comenzaba a caer “chirimiri”, decidimos no alejarnos mucho del pueblo y
posponer para otro día el recorrido previsto, así que cambiamos la idea inicial
para “acortar la ruta” dirigiéndonos hacia Pelayos de la Presa.
Tras cruzar la carretera M-541 continuamos durante unos metros por el
camino de la Fuenfría hasta desviarnos a la derecha para tomar una trialera
entre los pinos por la zona de “La Cancha” con algunos tramos bastante técnicos
donde todos tuvimos que echar pie a tierra alguna vez.
Cuando ya habíamos dejado atrás lo más difícil de la trialera y al final de
la misma a punto de llegar a un claro….. ¡¡¡Pum!!!, Jorge reventó la rueda
delantera al topar con una raíz, lo que le ocasionó darse “un pequeño vuelo”
aunque por suerte sin consecuencias.
Llegamos todos al claro y paramos debajo de un pino para protegidos del “chirimiri”
que seguía cayendo arreglar el reventón, aprovechando también para hacer la “parada
barrita” de la jornada además de la fotito de grupo.
Con el problema solucionado, retomamos la marcha para continuar bajando por
senderos entre los pinos y tomando después un camino muy chulo por el que llegamos
hasta la cantera de Pelayos que hay en la ladera del cerro de Las Colmenas,
desde donde tomamos un nuevo camino para en paralelo a la carretera M-501
dirigirnos hacia Pelayos de la Presa.
Con el cielo cada vez más negro por todos los lados, bordeamos el pueblo de
Pelayos por senderos hasta salir al GR-10 (Vía verde del ferrocarril del
Tiétar), que atravesamos para continuar ascendiendo hasta llegar al camino de
San Esteban, donde giramos a la derecha para dirigirnos hacia la urbanización “El
Mirador de Pelayos” y comenzar desde allí a recorrer lo que nosotros llamamos “los
toboganes”, que se trata de un divertido sendero “sube-baja” entre los pinos
por el que descendimos de nuevo hasta el GR-10 en las cercanías del monasterio
de Santa María la Real, con un nuevo “vuelo sin motor” esta vez por parte de
Javi, que clavó la rueda delantera en una “zanjilla” y salió “por las orejas”
por suerte también sin consecuencias, aunque como somos tan “cabrones” nos
echamos unas risas a su costa.
Parecía que la lluvia nos daba un poco de respiro y bordeamos el monasterio
para dirigirnos hacia la nueva estación de tratamiento de aguas de Pelayos, que
bordeamos por un senderito para posteriormente pasar bajo la carretera M-501 y
dirigirnos a tomar la Cañada de Talavera para hacer frente a la subida por la
pista asfaltada.
Nos reagrupamos en el alto y tras unos momentos de relax para tomar aire
tras la subida retomamos la marcha para continuar por la Cañada hasta llegar a
la laguna del arroyo de Las Labores, donde de nuevo empezaba a llover y donde
comenzamos el ascenso por el camino de Pelayos mirando hacia arriba con “mucho
miedito” ya que no se veían los cerros por el agua que estaba cayendo.
Con el terreno comenzando a estar bastante “pegajosillo” realizamos la
subida luchando contra “las inclemencias” y reagrupándonos en el alto, donde
Javi abandonó el grupo para tomar dirección hacia “El Encinar”, mientras el
resto nos disponíamos a afrontar el descenso hasta el pueblo.
Ya con “chuzos en toda regla” cayendo sobre nosotros, realizamos un
descenso complicado por la falta de visibilidad, ya que la cantidad de agua que
nos daba en la cara unido al barro que levantaban las ruedas hacía difícil la
visión, aunque llegamos hasta el pueblo sin problemas pero con unos kilos de
barro encima.
Aunque terminamos bien caladitos (a excepción de Alberto y Javi ninguno
teníamos chubasquero) y “hechos un Cristo” de barro, como es habitual hemos
disfrutado un montón de nuestra salida haciendo una divertida ruta con bastante
sendero en la que hemos recorrido unos 38 kilómetros, esperando ansiosos la
duchita calentita al llegar a casa.
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